André Agassi nunca había experimentado plenamente la emoción de la victoria. No hasta el 6 de junio de 1999. Esa vez era diferente, como dice en su autobiografía: deja caer la raqueta y la tensión, liberando una alegría inesperada y desenfrenada.
André Agassi nunca había experimentado plenamente la emoción de la victoria. No hasta el 6 de junio de 1999. Esa vez era diferente, como dice en su autobiografía: deja caer la raqueta y la tensión, liberando una alegría inesperada y desenfrenada.
La mirada que dirigió a su entrenador inmediatamente después del partido es icónica. Una victoria que él persiguió siempre y finalmente conquistó ocho años después de la última final disputada en tierra batida. La edición de Roland-Garros de 1999 fue suya: Andre recuerda todo junto a Lavazza, descubriendo los lugares donde, hace dieciocho años, subió al Olimpo del tenis.