- Así que, Lavazza se puso en contacto con usted inesperadamente con su solicitud para Nuvola. ¿Cómo abordó este desafío?
Me pareció muy interesante desde el principio y comencé a investigar la empresa: la historia, la nueva sede, la sostenibilidad, el café, los orígenes del negocio familiar, las colaboraciones con los artistas... Enseguida entendí que este era un entorno desafiante, capaz de inspirar a otras personas. Me sorprendió gratamente el hecho de que no se me pidiera producir una pintura enmarcada, sino una creación concebida específicamente para la nueva sala de exposiciones de la sede. En ese momento supe que saldría bien.
El proyecto tenía todos los elementos que amo: un equipo increíble para apoyarme, grandes espacios y toda la libertad artística que necesitaba para trabajar. Yo habría ido allí, tijeras y grapadora en mano, con seis a ocho semanas para construir en el lugar, sin retrasos.
Cuando llegué a Nuvola, todos los materiales de empaquetado que se puedan imaginar ya estaban preparados. Enormes rollos de estaño utilizados para los sacos de café, cajas llenas de paquetes impresos que aún tenían que ser ensambladas, centenares de frascos variados, y coloridas cápsulas de café de plástico, tanto llenas como vacías. Impresionante.
Escaleras, andamios, mesas, herramientas: tenía todo lo que necesitaba para comenzar mi trabajo. Esto significaba que tenía la libertad artística desde el principio, solo tenía que centrarme en la creación.
“Dolce Croma” no habría existido sin la dedicación de todos los involucrados en este proyecto. Su ayuda fue crucial, de principio a fin.